Estoy pensando en hacerme un café,
cargado, para activarme.
Tengo uno de esos croissants que tanto te gustan;
tienen chocolate.
Vente y nos comemos un par.
Y te como a ti,
y luego te venero, como cada noche al dormir rezo a tu esperanza.
Como una diosa, con tu altiva figura, siendo tan canija...
Te espero en el porche belga aquél del que tanto hablamos
con una montaña de libros,
y un montón de abrigos, botas y bufandas.
Se te va a enfríar el café, date prisa.
¿Dónde estás? El café se ha hecho hielo de esperarte,
y yo me estoy petrificando,
¿tanto tardaba tu avión?
Han pasado dos días y sigo sentada; me he comido los croissants.
¡Ey! Escucho el rugir de un motor,
¿No me digas que vienes en taxi?
¡Sí! Eres tú, divina con tus botas y tu nuevo corte de pelo...
Te desparramas por la acera como si fueras de diamantes
y como si yo fuera la mayor experta en joyas.
Te miro desconcertada y pasas por mi lado,
y tu perfume me embriaga, como siempre.
Me agarras del brazo y penetramos el porche
donde quedamos hace unos días.
Has llegado tarde, pero parece ser que me da igual, querida.
Me tocas la rodilla con tus manos suaves y finas,
como las de una pianista.
Y me encanta sentir ese calambre
que rebota en mi ser cada vez que me rozas.
Así que tomo tu mano y la guío junto a tu alma hasta dentro del dormitorio para quererte y sentirte en tu máximo esplendor.
Y al terminar te vistes,
te acomodas el tanga y me dices adiós,
mas yo te despido pintando un lienzo de tus recuerdos
adornados con una pizca de acuarela
para darte rubor en las mejillas,
o quizá ese brillo en los ojos
que te torna musa.
Así que bien.
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