He perdido tanto tiempo.
Ahora me doy cuenta de lo rápido que giran las manecillas y lo lento que se me pasan las borracheras de media mañana.
Que, a decir verdad,
quiero dejar de beber y de fumar.
Porque sólo he conseguido vivir en el olvido,
y ahora yo quiero recordar.
Me acuerdo de ti, siempre lo hago.
Y temo hacerlo demasiado así que cuando ya he dicho tu nombre más de tres veces, me lo pienso mejor antes de mentarte una cuarta.
Me encanta tu cama dura–como tus glúteos–
y las sábanas con las que me arropaste sin saber que tenía miedo
miedo a que ésa fuese la primera y la última vez,
y mi corazón agitado como un huracán te lo hacía ver, aunque me costaba soltar prenda.
Por las mañanas estás preciosa, por cierto.
(Aunque te ronque al oído y babee, ¿me perdonas?).
Puede que pienses que eres como las demás
a las que cubro con finos versos
y regalo alguna que otra flor.
Tú eres más que eso: tú eres mi prosa y mi flora completa.
Y hoy, chillando a pleno pulmón por nuestras hermanas caídas
cerraba los ojos imaginándote allí
agarrando mi mano temblorosa.
Siempre temblando.
Aunque luego, llego a casa
me quito la chaqueta de las alegrías
y sólo queda algo de pena mezclada con piel y unos huesos desgastados en los que ya no queda sitio para un golpe más.
Porque estoy cansada, de tener que quitarme la chaqueta,
estoy cansada de cubrir mi ser en inmensas mantas y llorar a grito vivo.
Hasta que a las horas mis ojos se empiecen a cerrar.
Y es por eso, porque estoy cansada,
por lo que ya no quiero más.
Me he quitado todas y cada una de las chaquetas,
y las he sustituido por bufandas y calcetines, para no resfriarme.
Tengo tu cenicero aquí,
nunca quise que lo vieras porque es demasiado moñas.
Y ya sabes que soy de películas ñoñas
y que la comida ahora me causa más revuelo que bienestar,
que apenas duermo y si lo hago sueño que pierdo un tren
que ni sé de dónde viene ni a dónde va.
Hacía mucho que no te escribía.
(Siempre te digo la misma gilipollez, porque aunque nos lo publique, te escribo por igual.)
Y en verdad quiero seguir escribiéndote.
Después de un partido o cuando te vea jodida por el tercer tiempo, que sujetarte el pelo no es problema si vas a echar la basca, te aviso.
Me gustas cansada.
Y más aún cuando me dices, que quieres que vaya a la cama contigo.
Pero sobretodo, me gustas cuando me dices que hay café recién hecho
y cuando pones cara de alelada al decirte que me pegues si me adueño de tus sábanas
o cuando vemos una porno
y me sudan las manos porque odio el porno,
pero me agita el corazón y la entrepierna
(Si es buen porno, éso no sé cómo llamarlo)
Y lo odio.
Pero contigo, es agradable ver gemir a tres tíos a la vez
y que las mujeres no tengan miedo a ser usurpadas.
Contigo, simplemente, todo es agradable.
Pero no quiero dejarme llevar,
pues en mi día a día hay más fallos que aciertos
y sé que te agobias.
Así que me quedo callada y sonrío,
poco valiente de mostrarte mi interior.
Porque si lo hago, te vas (no muchos pueden contra mi soledad).
Y no quiero–mejor dicho, no puedo– dejar que te vayas otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario