Como siempre, vienes cuando menos lo espero a mi memoria.
Tan inmersa en tu mundo que descuadras el mío,
y agradezco el detalle, pero estoy perdiendo la poca locura que me queda.
La desecho junto a los vicios,
junto las sábanas que se me quedan pegadas
y una baba que me cuelga de la boca.
Hace frío y vuelvo a viajar a muchos kilómetros hora.
Los que me gustaría correr de nuevo a tu espalda.
Y contarte los lunares del muslo derecho,
perderme en las decenas de pliegues que posees y deslizarme entre tu balcón y tu lecho,
tan importante ahora...
Tengo una hoguera en aumento
aprisionándome el pecho,
me quema,
pero me da calor, al gélido animal que estoy acostumbrada a ser.
E intento apaciguar las llamas,
en el vano intento de ser ceniza y poder renacer.
Cual ave fénix.
Aunque cuesta. No te lo niego.
Y es ahí, cuando me doy cuenta
de que nunca quise renacer.
Que siempre quise pudrirme, caer y rematar mi cabeza contra el suelo.
Hasta que apareces de la nada,
y me preguntas qué tengo pensado hacer el domingo
y ahí, intento resucitar mis versos;
busco una cafetería,
y al final acabo en tu salón, mirándote a los ojos
en los que me pierdo igual que la primera vez que te vi.
Pensarás que estoy loca,
yo lo llamo ser poetisa y sentir tu aliento en mi nuca cada vez que te escribo.
Yo lo llamo reclutar tu alma en letras desperdigadas, unos recuerdos vivos
y la agitación en mi pecho cada vez que te mento.
Dime, ¿qué sientes?
¿Debo llevarte café en las resacas
o los cubatas que te proporcionarán el dolor?
Soy buena cocinera, si quieres puedo llevarte un bizcocho casero, un café con canela.
Y que aún recuerdo, mis pequeñas dislexias corregidas con la palabra pequeña delante.
Y aún no sé explicarte
como no he podido –ni querido–
quererte ni una pizca menos, de lo que te quise cuando tu nombre en mi móvil
era ése animal olvidadizo que todo niño ha visto en Disney.
Y que me encanta,
imaginarte enrollada en mil mantas
con mocos y una voz agravada.
Me encanta imaginarte así, porque es cuando quiero darte
todos esos cuidados que tan abuela me hacen parecer.
Me despido, con la certeza de que voy a volver a escribirte pronto.
Y si me preguntas porqué:
Por sentirte cerca (aunque casi siempre estás lejos)
Porque no quiero soportar
el que mi alma se desgarre otra vez,
el mero hecho
de que no quiero herirte.
Y a base de tropiezos, llevo un historial precioso de cagadas.
No seas una de esas. (No puedes. Nunca podrías).
Tu eres la espina,
cada espina del rosal.
Los capullos, los pétalos
las ramas
uniéndose, separadas entre sí.
Tu eres el fruto, el miedo.
La balanza de lo que está bien o no.
La marea, brava
y el cielo, hechizante.
Eres el fuego, cálido y peligroso,
el agua que empapa en plena tormenta
los verdes prados, inmesos.
Eres el pájaro que libre vuela
y el mosquito que pica, que rasca y deja marca.
Eres todo lo que admiro
y todo lo que temo,
porque en tus manos tienes el poder
de acariciarme o golpearme,
por traerte el desayuno –después de sobarte el coño–
o por quitarte la sábana cuando apenas has dormido y tienes entrenamiento.
Me gustaría ir a verte jugar, y chillar de emoción
y mirarte, sobretodo mirarte.
Y darte un beso.
Me encantaría besarte, jodida rebelde.
Haces que todo sea en base a las sensaciones.
Y no sólo quiero un cuerpo,
me encanta hablar,
cuando me miras y me burlas porque sabes que llevo razón
porque querida, yo juego con ventaja.
Te estudio,
y sin darte cuenta, me dices con chispas lo que piensas.
Pero me encanta saber que brillan tus ojos
cuando me oyes hablar de amor.
Porque es amor, aunque te joda.
Sino, ¿de qué me sirve tocarte?
¿Querrías volverte una vulgar cualquiera a las que sobo, como
y follo?
Dime sincera, ¿querrías que dejara de escribirte, de hacerte eterna en letras
por tocarte las tetas de vez en cuando?
Ya te digo que no.
Que tú, quieres ver a una tía cuerda que espera antes de actuar
no una loca que se baja las bragas y araña tu espalda.
Por éso, querida, es amor.
Es amor, por el que cogería una caravana
y me iría a cultivar tomates a un huerto.
Por el que iría a Bélgica u Holanda
como hace tanto soñábamos despiertas.
Pero de qué me sirve amarte un par de días
si al tercero te pierdo la pista, ¿querida?....
Que ya no sé qué hacer,
si morderme las uñas o arrancarme la piel.