Han llovido muchos metros cúbicos,
los cafés se me han quedado apalancados.
A mis mañanas les faltan tus sorbos ruidosos y esa manera de comerte el croissant que tanto odio.
A mi sábana, le falta tu olor
a mis labios tu carmín,
y supongo que a ti no te falta nada,
si acaso ése cepillo de dientes que te olviste el baño pequeño
o quizá esa canción que no ha dejado de sonar en el gramófono.
Lenta y suave, como tu té de las tardes.
Abro mis ojos y lo que encuentro es una realidad que consiste en subir la persiana
y ver a las hormigas mundanas desperdiciar su tiempo
tal y como yo antes desperdiciaba el mío.
Sin las prisas o las pausas
por hacerlo bien o mal.
Descubro a mi paso que las hojas se han marchitado
y que el otoño traerá consigo ese par de botas negras que tanto se ensuciaban con el barro
o esos patucos de andar por casa, con sus flores y sus mariposas.
Los paseos por los que andabas se tornan grises
y las esquinas de las calles mayores, pequeñas,
los bocatas me saben a corcho
y los álamos no cubren con la misma sombra.
Las toallas de la piscina siguen secándose al Sol
y ahora están más húmedas que ayer.
He hecho tortilla de patatas
tienes alioli si quieres aderezarla,
o sino, mantente fiel a tus cereales con leche caliente y cacao.
Mantente fiel a ti misma,
ya que a mí no lo hiciste
y mira a través de la rendija del buzón
por si un día te llegan las cartas que nunca tuve el valor de enviar,
mantente alerta por si en algún momento suena el tono de llamada de tu móvil
o el timbre de la puerta.
Mantente, quieta y respirando pesadamente
mientras que yo te hago musa inmortal en estas palabras
para mantenerte viva
cuando ya te me has muerto.
Te espero aquí, en los cafés
en los cereales,
en la canción que sigue sonando
y en los parques que se han tornado grises.
Hoy te espero,
quizá mañana no.
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